LAS VIRTUDES DE ANDRÉS

 LAS VIRTUDES DE ANDRÉS

UN TEXTO DE RECONOCIMIENTO

Las y los mexicanos somos dueños de uno de los hábitos más feos y empobrecedores para una sociedad: La incapacidad crónica de reconocer atributos positivos a nuestros adversarios. Una especie de miopía voluntaria e injusta, en que les negamos el derecho a ostentar todo rasgo admirable, mientras que a nosotros mismos nos atribuimos una serie de cualidades a veces exageradas. Tenemos la torpe e inmadura predisposición de colocarnos en posición de superioridad moral con respecto a quienes ven, viven, piensan y actúan diferente a nosotros.

Tiene sentido, como  colectivo libre e independiente somos muy jóvenes, casi niños de doscientos años. Los chinos andan por ahí de los cinco mil años de construcción de cultura e identidad, para poner un referente. Y como niños, a veces hacemos rabietas, buscamos abrigo ante las inclemencias del entorno, tememos a la oscuridad y estamos en continua búsqueda de identidad propia.

En este proceso lleno de ensayos y errores nos vamos volviendo reconocibles ante otros, y ante cada uno. Por cierto que somos muy afortunados, anclajes de identidad tenemos hasta para regalar. No me cabe duda que algún día, seremos el eje alrededor del cual gire un mundo cada vez más confundido, desesperado por certezas.

Aquí las tenemos.

Pero ahora estamos en el sendero infantil de descubrirnos, encontrarnos; con todo y tropiezos necesarios para la edificación de la madurez sosegada, personalidad definida. Maximiliano no nada más era malo, sino inicuo irredimible, casi la encarnación de todo mal.  No importa que haya resultado más liberal que los liberales mexicanos. Juárez era bueno hasta la santidad. Santidad, irónico. El príncipe encarnaba todos los vicios de la tiranía. El oaxaqueño, cada bondad de la democracia.

Sin importar los años que se enquistó en la silla presidencial, a la que amó por encima de todas las cosas.

Mamá Carlota fue frívola y banal hasta la locura, Margarita, valiente y abnegada hasta el sacrificio. Los aztecas, pueblo refinado, culto, bondadoso civilizado, artístico. Al menos en el distorsionado imaginario popular. Nunca los salvajes sojuzgadores de pueblos vecinos, que en realidad fueron. Los españoles en cambio, sucios, groseros, criminales, ambiciosos; como si la ambición fuera pecado imperdonable. Jamás valientes, determinados, que si eran. Tomando la decisión de los audaces: Renunciar a todo “quemar las naves”, para prevalecer o morir”.

Pandilla de ladrones y asesinos que con artimañas “nos conquistaron”. Ignorando el hecho de que sin conquista y colonia, la mayoría de los mexicanos, no estaríamos vivos hoy. Una de mis favoritas en este viaje de lo sublime a lo ridículo es la Malitzin. Hasta acuñamos una palabra en su honor: Malinchismo.

Una que nos duele y ofende, porque significa traición.

Traición a nosotros, a los mexicanos. Igualita a la cometida por Efialtes, contra Leónidas, Judas Iscariote contra Jesús de Nazaret, o Casio contra Julio Cesar. Y bueno, ni cómo defender, la traición es algo horrible. Los traidores, por su parte son las criaturas más indignas, despreciables de la cadena alimenticia, en eso no hay falla. Aunque se nos olvida que doña Marina no traicionó a nadie, porque México no existía.

Pero, ¿a quién le importan esos detalles?

El actual inquilino de Palacio nacional es el mejor político-candidato mexicano de la historia moderna, por goleada.  Alguien que a fuerza de caminar todo municipio del país, saludar de mano, escuchar, mirar a los ojos. Ha desarrollado un entendimiento muy superior y profundo del ánimo popular. En ese sentido es un maestro intérprete de nuestro sentir. Digo nuestro, porque no se crean que sólo conoce al “pueblo bueno”, aunque sin duda se especializó en este segmento poblacional.

Imagino que su dominio en este asunto es tal, que casi puede palpar las emociones de la gente. No es poca cosa, esa cualidad lo convirtió en presidente; sabe bien lo que las personas desean escuchar, y lo dice. Además tiene la capacidad de condensar sueños, anhelos, esperanzas, deseos de la gente. Al menos de la mayoría de la gente. También, sus rencores, resentimientos y ánimos de venganza, hay que decirlo.

Los juntó en discursos sencillos, fáciles de memorizar, pero sobre todo sinceros; nadie se atrevería a decir que el presidente miente. Me parece que a todos nos queda claro que cree lo que dice y dice lo que cree. Ya que tenga lógica su decir, es otro cantar; pero de incongruente no puede acusársele. Además se le agradece, lo digo con toda sinceridad. Se lo agradecemos hasta sus más férreos opositores, el señor es de una pieza.

Sí cuando sí, no cuando no. Firme en ambas.

Destacable.

Estas cualidades, sumadas a una disciplina y visión de túnel a toda prueba, persistencia monumental, resistencia a la fatiga y capacidad sobrehumana de trabajo, lo convierten  en una máquina de ganar elecciones. Logra con su sola persona, lo que maquinarias completas no alcanzan.

Todo un fenómeno.

Estratega, animal político que es, supo tornar adversidad en triunfo. Encaminar aspiraciones y odios de millones, ganar su confianza; en muchos casos de manera absoluta e incondicional. Este líder acumuló en primera persona toda expectativa, no promovió la transformación, se convirtió a sí mismo en la transformación. Y con este acto de alquimia, dio a sus seguidores un referente al cual mirar siempre, uno discreto, sencillo, austero, afable, comprensible.

Sin duda en este sentido es uno de los mejores.

No el primero.

No el único.

Pero sí de los mejores, no se lo podemos regatear.

El gran problema radica en el mismísimo origen de su estrategia, una contradicción interna insalvable. Él, es origen, medio y fin de la transformación.

Él, es la transformación. Pero si bien esto le hace el mejor candidato, líder, o político; no por descontado lo hace buen gobernante. Ni siquiera un gobernante de medio pelo, como ya lo hemos visto. Ganar y gobernar no es lo mismo, sobre todo gobernar algo más grande que Macuspana.

Y México no es Macuspana, aunque se empeñe en vernos así. Ni siquiera es la Cdmx, nuestras dimensiones, dinamismo, diversidad, son incompatibles con el centralismo del presidente.

Al querer ser él mismo, labriego, mayordomo y caporal. Al asumir todas las funciones, todas las posiciones, al tomar todas las decisiones. Pero sobre todo, al rodearse a consecuencia de esa misma tendencia personalista que lo llevó a vencer, de colaboradores demasiado pequeños, temerosos e incapaces de decirle NO; llegó muy pronto a su límite de incompetencia.

Humano como es, no puede aunque quiera, y bien que quiere; ser omnipresente. Lo que sí es omnipresente y además permanente, es el acumulado de problemas que aquejan al país. Muchos del pasado, en eso no podemos ser ciegos, pero hay presentes y peor, futuros gestados hoy. Los anteriores no son su culpa, pero sí su responsabilidad. Los presentes son su culpa y responsabilidad, los futuros serán nada más su culpa.  El presidente resulta demasiado jefe para sus insignificantes colaboradores, y muy pequeñito para llenar con su presencia un país tan grande.

Si a esto sumamos que para ganar elecciones recurrió al camino corto y fácil de confrontar, polarizar, exacerbar, pelear. Marcando con esto el sello de su mandato, que es buscar enemigos por todas partes; en vez de hacer lo que los grandes líderes de la historia: Unir, consensuar, conciliar, inspirar, dialogar, convencer, razonar, argumentar. Entonces nos encontramos ante un personaje que pronto deja de ser novedad, que ya no es impredecible ni sorprendente; sino monotemático, redundante.

Sus contrincantes empiezan a entender poco a poco la manera de anularlo, que por demás es simple: ignorarlo.

Con esto, se queda solo, gritando en el vacío. Rodeado de los aplaudidores de siempre que no le aportan nada valioso, salvo justo vítores y aplausos.

Cuando concluimos eso, también vemos con claridad que su movimiento; el cual carece de un sucesor a la altura, está condenado al fracaso. Por eso quiere perpetuarse, para buscar alguien digno, nuevamente de acuerdo con lo que él, crea que es digno; para que ocupe su lugar.

Parece ignorar que en los hechos, es ya un anciano. El error, la falla de su proyecto radica en él mismo. En su forma de hacer las cosas, una transformación condenada por la misma persona que la creo.

Interesante.

Shayd Santillán.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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