IN MEMÓRIAM

Texto: Gabriel Sánchez

Ensayo fotográfico: Arturo Rosales Chávez / Fotografía

En este uno y dos de noviembre, a todas las niñas y mujeres de cualquier edad que murieron de manera trágica en la calle o en sus hogares. Su ausencia permanece escrita en las páginas eternas del tiempo, plasmada con tinta indeleble de la realidad. Estarán vivas siempre en el recuerdo y en la memoria.

El miedo, Infierno de bolsillo

En el país, en nuestro México, en muchos lugares, la realidad camina de la mano con la violencia y muchos otros males; la inseguridad ha obligado a la tranquilidad a mudarse más lejos.

Ya en la reflexión, el miedo puede ser un infierno de bolsillo anclado en la conciencia, compañero -a veces inseparable- que camina al lado nuestro rumbo al mercado, plaza comercial, escuela o trabajo; va con nosotros a todos lados, deambula en las calles, en la colonia rica o pobre, con bardas altas y también sin ellas; se traslada en transporte público o en nuestro auto particular y también -quizá- viva en nuestros hogares. Más, sin excluir a plena luz del día, se manifiesta crecidamente en horario nocturno.

Posiblemente, pero sin dejar a un lado a los hombres, las mujeres enfrentan ese temor con más intensidad, un desasosiego no cesante e invisible, que cuando se muestra visual, convertido en violencia, ha retratado en ocasiones en mensaje fatal.

La calle, una ciudad global de desamparo

Empotrada con tornillos expansivos en la sociedad actual se encuentra la inseguridad, con su hija preferida, que es la violencia. El miedo vive en nuestro subconsciente, nunca duerme, su territorio preferido es la calle de la cual se ha apoderado y convierte al desconocido en generador de desconfianza. No hay certeza muchas veces de un lugar seguro en donde todo se transfigura en zona de riesgo.

La calle -y sus territorios públicos-, sin duda, se ha convertido en un espacio en el que se adoquina la violencia y se pasea en la movilidad del transporte; está en la acera de enfrente, en el parque y en el terreno baldío. Caminar, hacer ejercicio o trasladarse se vuelve limitante; la autonomía física se vuelca restante en la indiferencia del trajín diario, donde cada individuo diseña estrategias y planes para mantenerse seguro.

Interminables son las manifestaciones y los números relacionados con la violencia hacia las mujeres; son muchas, inimaginables y de variados tipos. Todas estas cifras se podrían medir en toneladas de papel y archivos de expedientes, dispositivos usbs y discos duros infinitos, en cajas y cajas de impresiones de fotografías y reportes de nota roja y cuadros de video que muestran lo desvalorizada que está la vida de mujeres -y también de hombres-. Son la evidencia por el menosprecio de la vida, a la igualdad, y a la no violencia. En suma, y multiplicado por mucho, todo esto nos han llevado quizá al desamparo e indefensión.

Más vulnerables

La violencia de genero alcanza a las mujeres de todas las edades. Jade, Camila, Giselle, Valeria, Lupita o Edmunda y muchas más mujeres y niñas a las que se les cortó la vida y en algunos casos la infancia, sufrieron más allá del extremo de la violencia, incluso sus cuerpos después de haber perdido la vida.

Su corta edad cuando se trató de menores, transitó desbordante, atroz y las transformó quizá durante su defensa infructuosa y desaborida en más vulnerables.

Nuestras vidas y entornos están en mucho sobrepobladas, más por la muerte, e impregnadas y cercanas a la violencia, injusticia e inclemencias, pero -sobre todo- a una crecida y abundante indolencia por sus agresores.

La piel cuarteada por las cicatrices del dolor y destrozado el corazón por la ausencia, es -sin duda- la llaga que no sana en el recuerdo de sus familiares, no sólo los uno y dos de noviembre, muy probablemente todos los días.

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