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El dulce legado que une generaciones: María y Clara, guardianas del pipián mexiquense
En un rincón de Malinaltenango, Ixtapan de la Sal, el aroma del dulce de pepita anuncia que la tradición sigue viva. Entre cazuelas, azúcar y semillas de calabaza, María Eugenia Rojas y su hija Clara Monserrat Cruz transforman una receta heredada en arte comestible.
Su taller, “La herencia de los abuelos”, no solo lleva un nombre nostálgico: es un homenaje a las mujeres que, desde hace generaciones, enseñaron a moldear borreguitos, corazones y frutas con masa de pepita. Un oficio que requiere paciencia, manos firmes y, sobre todo, amor por lo que se hace.
Mientras remueven la mezcla espesa para evitar que se queme, María recuerda los días en que su madre la sentaba junto al fogón para enseñarle los secretos del dulce de pipián. “Esto no solo es un trabajo, es una forma de mantener viva nuestra historia”, dice con orgullo.
Hoy, Clara aporta su toque innovador: una versión con menos azúcar y más pepita, pensada para quienes buscan sabores tradicionales con un giro saludable. Gracias al apoyo del Instituto de Investigación y Fomento de las Artesanías (IIFAEM), madre e hija han podido llevar su producto a ferias dentro y fuera del país, compartiendo con el mundo un pedacito del sabor mexiquense.
Más que un dulce, el pipián de María y Clara es un símbolo de identidad, una muestra de cómo las manos mexiquenses convierten lo cotidiano en arte. En cada figura, en cada bocado, se preserva una herencia que, con esfuerzo y corazón, sigue endulzando generaciones.


