ASTUCIA

 ASTUCIA

Tenía clarísimo, distinguible estilo aunque en extremo desagradable y de ordinariedad ofensiva, la cual heredaría a no pocos de sus cercanos. Aunque pedestre, resultaba gran estratega en ventas, algunas de sus frases repetidas, depuradas a través de los años eran, “el jefe ya me dio luz verde para…”, “ya hablé con el número uno y me dijo…”, “acabo de comer con el señor subloquesea y comentamos…”. Así por el estilo, dejando entrever sin probar, ni falta que hacía, niveles de conocimiento, familiaridad y confianza con piezas de alfil para arriba, imposibles para la tropa. Por supuesto se trataba de embustes, más nunca faltó algún puñado de villamelones creyéndole, y su grupito de adláteres en función de caja de resonancia. Lo anterior era aderezado eso sí, con capacidades sobre humanas para saber estar en toda acción y momento de reflectores, asegurándose de aparecer en cada fotografía o evidencia digital; siendo a la vez híper eficiente en la promoción personal de sus propias actividades. Sin duda se trataba de la peor pesadilla para los equipos de comunicación, imposible editar toma alguna en que no apareciese. En los hechos no destacaba por cualidad alguna, su nivel de refinamiento era cero, patrimonio cultural cercano a la nulidad, maneras y propiedad ausentes, además de carácter hosco, autoritario como sello de casa. Al mirarla sin embargo en tanto foro, inevitable preguntarse ¿por qué?

Todo se resume en una lamentable palabra, astucia.

Hace pocos días ante la visión de una muy particular y recién formada bina de aliados por conveniencia; ensayando en calidad de amateurs el proceso imperecedero y perentorio de utilizarse uno al otro para beneficio personal de cada cual, y luego mandarse al diablo; comentando estrategias, triangulaciones, cálculos muy por encima de su nivel canchero. Resultaba inevitable recordar a la persona antes descrita y a Lao Tse aconsejando: “Cuida que los astutos no interfieran”. O a Víctor Hugo advirtiendo, “donde lo único que se encuentra es la mañosa astucia, existe necesariamente mezquindad. Cuando se está diciendo astuto, se está diciendo mediocre”. Vale entonces reflexionar esa pulsión instintiva aunque útil, de transitar en singularidad la esfera laboral, actividades de convicción, ámbito académico más los altísimos criterios en selección de amistades. Porque bien decían las abuelas, “más vale sólo…”. Durante mucho tiempo se ha admirado a los astutos para perjuicio de todos. Como si sus cuestionables características fuesen algo positivo y deseable.

De ningún modo.

Por demasiado tiempo han prosperado ante incrédula mirada permisiva de personas de mayor dimensión, que por comodidad, indecisión, ausencia de arrestos o todas las anteriores, han decidido por el desgastado argumento de que en algunos espacios habita tanta bajeza, contaminación, y resultan tan difíciles de cambiar, que más vale a los mejores de nosotros abandonarlos para dedicarse a otra cosa. Para ellos, Platón es muy claro, “terminarás siendo gobernado por hombres inferiores a ti”. Así pues, no existe alternativa salvo plantar cara, porque los leales, quienes contribuyen, aquellos agregando valor; quienes piensan, ven, viven y actúan distinto para bien del colectivo. Esos aportando saber, entender, convicciones incluyentes, valores democráticos en pos de todos y mejora extensiva, compartida en calidad de vida; con altura de miras, estatura mental, moral y ganas de reinventar, están (mos) obligados a persistir. La decencia no es un don, bendición o regalo, sino algo por contagiar a cada resquicio de la vida pública y privada, responsabilidad de servicio a otros.

Shayd Santillán.

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